domingo, 2 de diciembre de 2012

Despotismo deslustrado


Héctor Muñoz. Málaga

Apoyo la actual huelga —a punto de una tregua, según las últimas noticias— de los médicos internos residentes (MIR, médicos generales que aspiran a un título de especialista), por considerarla una huelga justa y legítima.
Como consecuencia de la misma, y ante la imposibilidad de mantener unos mínimos asistenciales sin el concurso de aquellos, la Dirección del hospital Carlos Haya de Málaga, a través del jefe de servicio de CCU, Guillermo Quesada, ha estado obligando a la realización de guardias extraordinarias a los facultativos de plantilla, tanto fijos como eventuales, si bien estos últimos han sido, en líneas generales, los más perjudicados, por la precariedad laboral de la que ya parten.
Esta situación pone claramente de manifiesto la gran dependencia del sistema, del trabajo que realizan los MIR (60% del personal médico en una guardia de urgencias en día laborable, a partir de las 15 horas). También demuestra que las plantillas profesionales son insuficientes por sí mismas; de otra forma no se entiende que ante la huelga de los MIR aumenten —por decreto— los puestos asistenciales del staff.
Con la imposición de estas medidas, la administración sanitaria ha pretendido «asegurar el derecho a la salud de los ciudadanos»; con este viejo eslogan propagandístico van tirando, porque les permite —me temo que por tiempo limitado— mantener su manoseada historia de ardientes y desinteresados defensores de los desfavorecidos, frente a la perrería de esos ingratos asalariados, levantados en armas contra aquellos. Lo de siempre.
Pero también han pretendido reventar la huelga, minimizar sus efectos anulando el impacto social de la misma en la opinión pública, y ocultar la realidad a los ciudadanos. Como siempre. Me consta que se han hecho gestiones ante la Dirección, para procurar la contratación de médicos, al menos mientras se han dado circunstancias tan especiales; no ha sido finalmente así: han preferido pagar las guardias a los reclutados por la fuerza. De ello cabe deducir que los motivos económicos han sido tangenciales, solo una coartada: nuevos contratos significarían reconocer de facto todo lo expuesto en los puntos anteriores, y esto no está en su guión.
El viernes día 23 de noviembre de 2012, sobre las diez de la mañana, recibo personalmente una orden verbal de mi jefe, en la que me anuncia la obligación de hacer una guardia extra a partir de las tres de la tarde de ese mismo día. Le indico la conveniencia de constancia escrita, a lo que accede gustosamente; según su respuesta, se dispone a hablar con la dirección del hospital para procurarme el documento, aunque me adelanta: «con la orden verbal es suficiente y te la he dado ante testigos». Debo reconocer que en aquel momento mi predisposición no era la más favorable. Y debo decir también que la actitud de mi superior me pareció más cercana a un «flecha» de la OJE que a ese amigo que dice ser. Testigos los hay; pero son mudos al 75%.
Hay que reconocerle al jefe su rapidez en estos asuntos. La Policlínica puede esperar décadas, pero en tales cuitas, el capataz se mueve a la velocidad de la luz. En diez minutos me presenta el documento y me conmina a firmar el acuse de recibo, si quiero hacerlo, porque «no es obligatorio», me concede. Parece ser que sus labores le impiden «perder» demasiado tiempo con un tema «rutinario», tanto como el de atender enfermos, que es lo que uno suele hacer. O bien, el director anda reunido y no concede audiencias, o bien no quiere firmar la orden, o bien es un farol premeditado; el hecho es que el papelito que me presenta es una orden suya, personal y firmada; orden que guardo como oro en paño, porque algún día, reseca y amarillenta, podrá testificar el retroceso de cien años al que estamos abocados.
Las maneras y circunstancias en las que el mando me entrega dicha orden son peculiares, muy españolas, chusqueras y a lo cañí: lo hace en el despacho de trabajo, ignorando absolutamente a lo que me dedico en ese momento, ante compañeros, los mudos del 75%, que de no serlo, podrían confirmar la conducta prepotente, autoritaria e intempestiva en su proceder, tal y como me expresaron, boquiabiertos, nada más largarse el ilustre y absoluto prócer. Y conste que, no solo no les reprocho su postura, sino que yo, en su caso, haría exactamente lo mismo: callar. Como en los viejos tiempos.
Uno, lego en estas cuestiones y desconfiado a la fuerza, se pregunta si ha de firmar el “recibí”. Y para un buen asesoramiento, decido llamar a quien creo que me puede ayudar, antes de rubricar nada. Ni siquiera unas mínimas normas de urbanidad impiden que mi jefe se quede a oír lo que hablo, extenderme repetidamente el papelito, molestándome e interrumpiendo mi conversación telefónica sin ningún pudor; el ejercicio del poder a veces resulta así de ordinario.
Decido firmar con la coletilla “bajo coacción del remitente”, y mientras lo escribo oigo: «firma eso, que a continuación te meto una querella, ¡firma, firma!». Oigan: que me acojonó, joder. Nuevamente teléfono; me dicen que si tengo testigos, adelante. Pero si no, que me olvide. Y como no los tengo, la coletilla queda en «firmo en contra de mi voluntad», a lo que añado «por imperativo legal», siguiendo la recomendación del mismísimo impositor (que hasta de leyes conoce), lo que no deja de ser sospechoso, en el sentido de que lo que uno escriba —pataleando— en un recibí de esos, debe tener el mismo valor que la papelera a la que está condenado.
Como siempre, mi trabajo se desarrolló sin contaminación por problemas laborales, con la colaboración de otros compañeros, incluidos los de la UCI —también reclutados a la fuerza—, a los que agradezco de corazón su buen hacer.
Afortunada y casualmente han aparecido una serie de noticias en los diarios malagueños, poniendo este asunto sobre el tapete de la opinión pública, cosa que no había ocurrido anteriormente. Es interesante que participen aquellos agentes sociales comprometidos con la información, con el fin de generar un debate público en el que la ciudadanía de Málaga participe y se pronuncie. Esta es la sociedad de la información, la del conocimiento, dicen. No hay duda de que los MIR (EIR) han ganado una pequeña batalla, gracias a que son los tercios de la infantería sanitaria; imprescindibles, muchos, mal pagados, organizados y con buenos hierros: los de las redes sociales, que manejan divinamente porque para eso son nativos digitales.
Enhorabuena.

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