viernes, 22 de febrero de 2013

Las manifestaciones y las banderas


Recuerdo que allá por el 2007, tras una manifestación contra la guerra íbamos de vuelta a casa y uno de nosotros aún llevaba su bandera republicana al hombro. Por la plaza de la Marina nos cruzamos con un anciano frágil y tembloroso que caminaba muy despacio con la ayuda que quién parecía ser su hija y de otra mujer más joven. Al cruzarse con nosotros se percató de la existencia de la bandera y como si un rayo le hubiera fulminado se incendió y con un ímpetu increíble empezó a gritarnos: ¡Eh! ¡Oiga! ¡Oiga! ¡Espere!

Nos quedamos parados sin saber qué hacer mientras el viejo se nos acercaba con gesto desafiante ayudado por las dos mujeres que de forma incomprensible no parecía que estuvieran muy dispuestas a disuadirlo. La gente que pasaba por allí empezó a pararse alrededor. No era cuestión de salir huyendo con la bandera al hombro y tratamos de calmarlo para que no se acercara mucho a nosotros temiendo más por su salud que por la nuestra. 
Pero no hubo forma. Ya estábamos preparados para encajar un golpe o en el mejor de los casos un insulto cuando para nuestra sorpresa se abrazó a la bandera y arrancó a llorar como muy pocas veces he visto llorar a nadie. No tenia consuelo. La acarició un rato como quien acaricia a su amante y sin mirarnos siquiera, como avergonzado de su conducta continuó su camino mientras la mujer mayor que le acompañaba nos pidió disculpas con un gesto.
Después de haber vivido experiencias como esta es fácil comprender que no encuentre uno razones de peso para que la bandera tricolor se quede guardada en casa durante la marea del 23F, sino todo lo contrario. Pero desde hace años venimos observando con inquietud el crecimiento de una corriente de opinión en el seno de la izquierda reivindicativa que apuesta por no permitir las banderas ni los símbolos partidistas en las manifestaciones. Este tipo de restricciones tan gratas al poder único se contradicen con el sentido mismo de la izquierda, de la diversidad que nos caracteriza, de nuestra tolerancia, de nuestro sentido de la libertad individual y de la consistencia de nuestros fundamentos básicos, más allá de las particularidades de cada uno. Pero además, esa diversidad o esa fragmentación que a veces tanto criticamos y que queramos o no caracteriza a la izquierda nos protege de ser abatidos de un solo golpe. Si hay algo que ha salvado a los movimientos de izquierda en los momentos más difíciles ha sido nuestra diversidad. Por muy recia que haya sido la represión siempre han quedado restos esparcidos de donde han brotado nuevas revoluciones.
Tanto quienes actúan de buena fe como quienes desde arriba ven con alivio el crecimiento de esta corriente de opinión anti símbolos no van a conseguir que abandonemos nuestros signos históricos de identidad y nos aislemos en la miopía de un presente continuo y sin historia. No le vamos a hacer el juego a nadie, ni a unos ni a otros. No vamos a favorecer esas manifestaciones planas y amordazadas por los prejuicios y los enfrentamientos que fomentan nuestros opresores. Queremos mostrar con orgullo los símbolos que nos identifican con una causa común, enlazada en nuestra historia con la realidad de un proyecto alternativo que incomoda y que puede hacer temblar al Poder. Una manifestación sin símbolos históricos es sólo una rabieta de niños que aceptan de forma implícita la autoridad de quienes les oprimen. Yo no quiero exigir mejores amos, sencillamente no quiero amos. Soy republicano de izquierdas y no pienso ir a la marea del 23F sin la bandera republicana al hombro, y estoy dispuesto a defenderla hasta donde haga falta.


Salvador Crossa Ramírez.

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